domingo, 24 de noviembre de 2013

Que otro muerda el polvo

La vida me empujó a ser una niña outsider casi antes de nacer. Siempre observándolo todo y a todos en silencio, aunque desde la primera fila en clase obligada  por el apellido.
No era dada ni a mostrarme ni a contar mis cosas a nadie, que para una vez que lo hice morí de vergüenza al saber que aquélla “amiga del alma” en la que confié, había contado mi secreto a toda la pandilla; sí, lo sé, fue mi error. Confío en el ser humano desde mi más tierna infancia, y aunque alguno no pueda calificarse como tal, todavía me cuesta pensar en la capacidad real de hacer daño por maldad

Así fui en mi infancia y mi pre-adolescencia, que no sé dónde acaba una y empieza la otra, si cuando a los cuatro años, notando unos latidos en mi pecho pregunté a mi abuelo qué era aquéllo, y él, con su habitual rudeza de campo soltó la cruda frase: cuando no los sientas es que te has muerto…o con la pregunta hiriente de mi padre durante una comida cuando yo contaba cinco años: cuando muera, ¿me llevarás flores al cementerio?  Un par de años después murió por un cáncer de pulmón bestial no habiendo cumplido los cuarenta. 

Nunca he fumado. Nunca llevé flores. No se puede ir jodiendo la vida con ese tipo de preguntas.

El caso es que fue tan corta mi infancia (ese estado en el que no te dedicas a pensar ni a ver la realidad, solo a jugar e ir al cole) que yo misma me propuse alargarla al máximo por mi bien. Para que luego digan que no es posible, todavía ando en ello.

Yo era una niña outsider y algo oscura, de las de vida interior, de las que leían por todas las esquinas a escondidas o dibujaban casas en papel cuadriculado, (muchas veces excavadas en el interior de la tierra, como hormigueros con todas las comodidades). Una personita que no necesitaba nada material, que nunca pidió nada a su madre, excepto aquella navidad, un bate de béisbol para jugar en la calle con todos sus vecinos. ¡La de carreras que nos hicimos esas temporadas de liga con sólo unos palos!

Jugar en la calle, la felicidad máxima.

Por supuesto, los reyes magos no trajeron el bate (debieron ver en mí a la republicana que ya era), en su lugar había un bebé que hacía pompas con la boca, ¡qué gilipollez y qué decepción!, la verdad. Nunca se lo tuve en cuenta a mi mami, pero me resultó incomprensible, ¿qué pudo pasar por su cabeza al elegir ese regalo para mí? Estaba claro, no me conocía.
Este hecho de mi vida fue redimido años después, por Ra, el hombre con el que me casé, cuando un día apareció en mi portal llevando un bate de madera, réplica de los años 40. Ese hombre me escuchaba, me leía, me escribía, y tenía esos detalles conmigo; algunas de las razones por las que me enamoré de él.

Yo era de escuchar música  en la radio, o con el reproductor de cassettes de mi padre. Pasaba muchos ratos escuchando y cantando de todo. Abría esa maletita roja y elegía: Antonio Molina, Perlita de Huelva, Concha Piquer, Bruno Lomas, Nino Bravo,…El testamento de un cordobés nacido en el 39.

Mi oscura automarginalidad cambió de aspecto cuando me di de bruces con Freddie Mercury y su banda, eso fue un punto y aparte para mí. Siempre he dicho que con Queen me liberé de todos los prejuicios, dogmas y tabús inculcados en el colegio de monjas. Puede pensarse que exagero, pero lo que ni monjas ni curas pudieron de mí hacer con misas y con sermones, lo hizo este hombre subido al escenario con esa seguridad, con su pecho casi siempre al descubierto, su voz potente…¡Qué showman! 

Era escuchar los primeros acordes de alguna de las canciones,  y me lanzaba veloz a la pista de la discoteca JM, estuviera haciendo lo que estuviera haciendo y con quien lo estuviera haciendo. El cuerpo me pedía baile, y con mi coreografía particular allá iba yo, sin miedo. Fue una época en la que descubrí que si algo te gusta mucho, si lo deseas, había que ir a por ello; que nadie me podía parar, que soy un torbellino muchas veces suicida. La pasión me alimenta. Hay que seguir los instintos y más cuando tiran de ti tan fuerte, porque si es así, es que algo bueno hay al otro lado del hilo, esperando.

Hoy se cumplen veintidós años desde que Mercury se largara a tomar viento. Veintidós años ya, que yendo al instituto escuchara la noticia en la radio, en mis auriculares, y llorara desconsoladamente, porque se iba alguien con el que había disfrutado mucho. Otra etapa se cerraba sin remedio posible y lo hacía con la muerte de por medio.

Una mierda, me dije entonces y me digo ahora; que la gente tipo "mierder" muera en su lecho, de viejo, y otros mueran por vivir la vida libremente y sin miedo, antes de tiempo. A algunos la muerte prematura los convierte en leyenda, eso ya lo sabemos los que nos quedamos. Pero a mí,  aquel día, saberlo no me consoló en absoluto.


 A Jota, mi amiga con mayúsculas
y a Lony, mi niña de Algeciras, mi soldado, por las tardes de verano en Lorca


10 comentarios:

  1. Que te digo mi pequeña Musetta, mi querida hermana del aire, que adoro cada día más a esa niña que estoy viendo crecer y viendo de que se alimentó su alma para que sea la maravillosa mujer que es hoy

    ResponderEliminar
  2. Jodiiiia...se me ha hecho un nudo en la garganta...... precioso!!

    ResponderEliminar
  3. Los que mueren por vivir la vida libremente y sin miedo,nunca mueren del todo.

    ResponderEliminar
  4. Gracias por mostrarnos un trocito de ti en este relato emocionante. Que sepas que compartimos el descubrimiento de Queen y la admiración por Mercury. Eres y serás una niña eterna por suerte para nosotros.

    ResponderEliminar
  5. Morir habiendo vivido no es morir, sino seguir el camino... Y tu camino también siguió de forma más clara desde aquel día..

    ResponderEliminar
  6. Joder... eres una Crack!!!
    Me has hecho llorar, me encontrado en muchas situaciones similares a las que relatas.

    ResponderEliminar
  7. Yo tenía 16 años y la mitad de la discográfica de Queen en vinilo (vínilo, siempre vínilo). desde hacía meses o quizás un año los fans sabíamos que Freddie estaba muy enfermo. Lo que no sabíamos era de qué, y no lo sabríamos hasta su final. No había internet y los rumores eran de todo tipo (y algunos autenticas estupideces). Tocaba clase de gimnasia, con una profesora que nos ponía música siempre. Y entró un chaval de otro curso llorando y nos dijo la noticia. Eramos 15 en el vestidor y los 15 lloramos como los críos que eramos. Llegamos a cerrar el instituto ese día no por jaleos o huelgas,... simplemente por que en cada clase una, dos o diez personas no podían dejar de llorar. Sé y lo se perfectamente, que mi adolescencia no acabó con el sexo furtivo en el aseo del instituto unas semanas antes, ni con mi negativa a ir a la mili un par de años después, ni cumpliendo los 18. Mi adolescencia se acabó cuando supe que los mitos mueren y que al morir duelen.Gracias Ana.

    ResponderEliminar
  8. Tiene mucho merito hacer viajar en el tiempo de golpe a todos los que te leen. Guardo buenos recuerdos de Freddie, de Queen y de Innuendo...

    ResponderEliminar

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea