sábado, 21 de junio de 2014

Y mi garganta no dice nada


6:10 de la mañana. Acaban de caer unas gotas de lluvia que han refrescado las calles en solo un instante; se respira el aroma a tierra mojada que sube en bruma vaporosa de la baldosa prefabricada de hormigón. 
Las mañanas han dejado de ser frescas de repente, como ocurre con casi todo, de repente. Escucho Radiohead mientras lleno de aire mis pulmones, aprovechando el día que está por estrenar, como si este aire aspirado fuese a calmar la melancolía en la que vivo estanca.

Aspiro a la textura, al detalle, al ingenio y a la verdad, pero esta vez no me sirve de gran cosa, tan solo para asegurarme (y puede que esto ya sea mucho) de mi capacidad inmensa para desear y amar aun cuando la persona a la que dirijo mis emociones más valiosas no da muestras siquiera de que existo. 
No quiero pasar de puntillas por las vidas de esos otros que me importan. Sé que me equivoco pero es así.

Y voy pensando en el azúcar que le ponen a todo y también en lo diferentes que suenan las canciones según nuestro estado de ánimo. Qué diferente es escuchar a Billie Holiday  llamándose tonta por amar a quien no debe cuando una misma está en esa situación, a escucharla cuando el amor me sonríe. En el primer caso las notas de la orquesta y su voz maravillosa se agarran como chapapote vertido sin control a la orilla de mi playa, difícil de eliminar; y te convierte en un ser ausente subido a una noria vertiginosa anclada al set de una película en blanco y negro. Un tercer hombre en la sombra.

Momentos estancos,  me dijo aquel al despertar una mañana, mientras se reía de mi incapacidad para tomar las cosas con su frialdad práctica. No la quiero, que lo sepas, me aterra.

Sin embargo, cuando tengo un buen día y en mi dispositivo móvil salta la canción "I’m a fool to want you" no pienso que estoy loca por amarle, me siento poderosa, como si me acabara de besar en ese mismo instante. ¡Qué maravilla los besos que diluyen todo lo nefasto!
No creo que exista nada mejor que unos besos compartidos, cómplices entre sonrisas nerviosas, sin miedos ni secuestros emocionales, sin la existencia de otras vidas enredadas en la tuya sin proponértelo. Unos besos libres, cálidos, con tiempo para gastar y eléctricos; los del preludio, los del “todo empieza ahora”…”todo puede pasar”…y querer dejarse llevar.

Ya son las 6:45, y voy andando in itinere por una avenida conocida de mi ciudad cuando, al paso de un autobús, se levanta una ráfaga de viento que hace revolotear a mi alrededor un sinfín de papeles pequeños que no alcanzo a saber qué son; por un momento me siento rodeada, uno de ellos se pega a mí a la altura del corazón…me resulta curioso y sonrío,  lo sujeto contra mi pecho para que no escape, y despacio le doy la vuelta...

¿¡Pero qué…!? La casualidad, el destino, las señales…sea lo que sea juega conmigo de una forma un tanto cruel, lo que antes creía que eran preciosas señales ahora no sé qué son y me entristece porque me hacen volver a pensarte (digo esto como si en algún momento hubiera dejado de hacerlo), y resulta muy crudo porque eres alguien que ha decidido desaparecer sin más; no ser ni estar para mí.
Has sido mi debilidad, mi sueño interrumpido, dulces besos efímeros con los que me deshice sin condición…

Aunque incrédula de mí misma y mis pensamientos al hablar en pasado, eso me digo mientras coloco la tarjeta de ese café como marcapáginas en mi libro.



Suena Bowie en mis oídos, …happy at the sound of your voice”… pero no la encuentro por ningún lado: ni tu voz ni tus ojos ni tus manos…y mi garganta no puede articular palabra.


Reverenda mierda, te sigo deseando.



*el título de la entrada lo he pillado prestado a Jimbo, confío en que no le importe.


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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea