domingo, 17 de agosto de 2014

¡Tócame!


Fantaseo con la idea de que tus manos me rocen, me acaricien,  me estudien en profundidad con la lentitud de un experto pianista. Quiero que mi cuerpo sea las teclas de tu piano, o las partituras, esas que retiras a un lado con la suavidad del que toca una obra de arte.

Escucho el sonido mágico del deseo en mi interior, porque no puedo hacer otra cosa que desear estar en los lugares que quiero estar, en momentos en los que quiero quedarme un buen rato, como en tus brazos cálidos de  hombre que me observa, que sabe mirarme  aunque dude. Un hombre que no miente con sus gestos ni con la palabra. E imagino tu boca, que según la posición desde la que te fotografíen recuerda a la boca de Marcello (¡aahhh, Marcello! Ese Giovanni en "La Notte" de Antonioni,  tan reservado, tan elegante, tan opaco). Tu boca, muy cerca de la mía la quiero.

Un suave parpadeo, una leve sonrisa, en silencio, y el beso.

Aspiro el aire, lleno mis pulmones, y me sumerjo en el agua estancada y fría del lago. Buceo, me contorsiono, hago giros y piruetas.  No quiero salir a la superficie, ese lugar en calma me canta para que me quede. No existe el dolor ahí abajo, pero tú estiras tu brazo y me agarras fuerte.
Empapado, y teniéndome así, sujeta por la cintura contra tu pecho, me hablas en susurro rozando mi cuello.

—Quédate aquí, no te destruyas.

Y al oír su voz  mi cuerpo experimenta una reacción extraña, se convulsiona, cambia de aspecto, de forma: una larga cola en lo que antes eran mis piernas aparece bajo mi vestido, mis brazos se van tornando fina capa transparente, plana y alargada, se agrandan y se extienden como alas. Otro par más brota de mi espalda provocando la fractura de mi epidermis, duele. La blancura de mi piel se torna azul turquesa y mis alas resplandecen con todo el espectro luminoso.

Ya no puedo hablarle  aunque lo intento, escapo de su abrazo, impulsada por un grito de rabia que no puede salir de mi garganta o lo que quiera que sea que tengo ahora. Él se queda estupefacto mientras sigue con la mirada mi vuelo imperfecto y novel; y sin saber muy bien qué hacer, regresa a Berlín, desconsolado.

Durante días no se levanta de la cama, apenas come, ni ganas de fumar tiene. A ratos se mira en el espejo y observa sus ojos claros entristecidos por mi ausencia. Él no sabe que estoy muy cerca curioseando, no me resultó difícil seguirle hasta ahí, pero sí cansado. Cuando descorre la cortina lo puedo ver con mayor claridad, mi percepción visual no es humana, mis ojos compuestos perciben lo que me rodea con una resolución de 30.000 pixeles, incluso en zonas de baja luminosidad, así que no me pierdo detalle aunque me rasgue el alma la impotencia de no poder hablarle y tocarle.

Vago por la ciudad sin rumbo, sabiendo que he de dejarlo marchar, aunque de vez en cuando regreso a su ventana, el recuerdo de un beso me tiene unida a él con hilo de plata, resistente y brillante.

Y así pasan las semanas, o eso creo, no controlo el paso del tiempo como antes, vigilando su sueño, me gusta ver sus pestañas en movimiento ondulado en la quietud de su rostro, hasta puedo sentir su cosquilleo si me concentro un poco. Quisiera tocarlo, decirle que estoy aquí, pero no puedo, existe un muro invisible entre los dos.

He de asumir que lo he perdido.

Hoy ha decidido salir de casa, está preparando sus bártulos, en su maletín guarda unas partituras, lo noto mucho mejor, más animado, ¿irá a interpretar para alguien? Lo sigo por las calles de la ciudad con mi zumbido característico pero no muy cerca de él para no delatarme. La ventana de esa casa en la que ha entrado está abierta de par en par,  y lo veo ahí, sentado al piano de nuevo; me alegra pero con una tristeza inmensa: ¿me habrá olvidado?

Una taza de té humea en una mesita pequeña, una anciana dama se lo ha preparado con todo el protocolo que la vida le ha enseñado. Bebe un largo sorbo y la deja sobre el platillo. Con sus ojos cerrados ejercita, masajea, estira sus dedos, y es cuando posa las manos sobre el teclado, cuando está a punto de acariciarlo, que sé con certeza que el tiempo ha pasado, sí, pero sigue manteniendo, como solía, los mismos preliminares antes de ejecutar la partitura.
Aprovecho para colarme por los vidrios abiertos y posarme con suavidad en el mismo filo de la taza, por el lado por donde él ha bebido. Al probar ese néctar me emociono, casi me siento llorar, es el mismo té que yo solía prepararle antes de comenzar sus ensayos. Todavía me lleva con él.

Y es la alegría lo que me anima a acercarme a su mano; la belleza y suavidad de sus manos. No pretendo asustarlo— ¡tócame!—le digo con todo el deseo, y al hablarle, sorprendido me mira, ¿será verdad que me ha escuchado? Alarga su mano y me acaricia como a la tecla del piano momento antes de comenzar su interpretación. Una oleada de electricidad  recorre mi minúsculo cuerpo, cierro las miles de lentes y me dejo llevar por el sonido que surge de la coreografía de sus manos sobre el teclado

Al abrir de nuevo los ojos, me encuentro allí con él, junto al lago, desnuda entre sus fuertes brazos que no dejan de tocarme; sus lágrimas saben a té y me las bebo una a una,  le sonrío con timidez:

— ¿Qué me ha pasado?
— No me importa dónde has estado, me alegra que regreses a mí.

Exterior. Día. Plano Corto de ella mientras escuchamos su voz en off.

“Si alguna vez te has sentido sola en la ciudad, completamente sola y fragmentada por el dolor de amor que se te ha agarrado fuerte y no te suelta, entenderás que lo único que realmente me importe de esta puta realidad es no dejar de notar unas manos y unos labios en mí.

Deseo que no dejes de tocarme en mis sueños, deseo morir de placer cada vez que lo haces, vivir en tus brazos y en tus labios aunque sea en esa fantasía. Sólo eso quiero.”



2 comentarios:

Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea