martes, 25 de agosto de 2015

Estado Civil: Sedienta

Foto ©Ana Meca 

Me dijiste que sólo había treinta y ocho grados de separación entre tu taza de té y la mía y yo insistí en que lo calcularas otra vez, pues mis ojos sólo veían diez, no más. Dijiste que si el chico alto pedía té negro con especias y una ligera nube de leche de almendra nuestro contexto sería largo y  me dejarías probar toda la colección de infusiones que tienes en tu casa. Dijiste, dijiste y al final todo se quedó en nada, bueno, en un casi quiero pero no. “No”, lo que te gusta esa palabra.

Desconcertada, me quedé esperando que uno de esos días que siguieron a tu negativa me llamaras o algo, pero no hubo movimiento alguno que te delatara amante sino todo lo contrario.

Desencantada y sin nada en la mente más que a ti y las señales deambulé por casa varios días, las siguientes semanas me paseé por toda la ciudad buscando alivio momentáneo y algún té que llevarme a la boca, pero me hacía daño recordarte en esa bebida nuestra y enteras las tazas dejaba. Por algunas calles me venía el aroma del azahar y me acordaba de Esencia de Valencia —fresco elixir de primavera—, y entonces lloraba tu ausencia. Si me perfumaba con mi aroma de higuera, mal, pues el preparado de rooibos con hojas y frutos de ese árbol mágico me traía la imagen de nuestros encuentros, de los besos y de ese labio tuyo fas-ci-nan-te.

Me supera mi estado de angustia cuando veo tu nombre escrito en cualquier parte del universo terrenal, ese apellido común para un hombre que no me lo parece nada. Te deseo.

Quiero volver a catar té con los ojos cerrados y sacar todos los sabores encerrados en cada mezcla, reírme cuando no acierte una, o hacer trampas para robarte besos. Sorprenderte cuando cuente cosas que tú mismo desconoces y fascinarme cuando relates historias sobre construcciones pasadas.

Quisiera poder degustar té en cubitos deslizándolos por tu espalda, o por tu boca, y saborear las gotas frescas que en perfecta unión forman un todo rojizo que sorbo con placer. Te deseo estas noches tan cálidas de este verano ardiente.

Me gusta si me hablas, y más si lo haces mirándome a los ojos, tus azules en los míos, ¡qué perfección! Quiero té.

¡Mírame algún día hombre, que sigo siendo yo! No esperes a que llegue ese momento en que el té no te diga nada, no esperes a que los días se coman tu risa y la mía, no esperes más y ven. Sentémonos juntos en una terraza de la ciudad a tu vuelta y unamos tu signo y el mío formando una trayectoria en parábola; hagamos que las líneas que atraviesan nuestro eje central converjan en un punto o en una raya. Deja tu orgullo y yo dejaré de sacar punta a todo. Intentemos prestar atención a lo más ínfimo de nuestra existencia, o mejor, al tacto: tan básico, tan excitante, ahora tan imposible.

No puedo volver a beber té si tú no estás, eso lo sabes, porque sabes mucho de mí, incluso lo que no te he contado. Mi radar debió averiarse aquellos días porque creí en la conexión de las naves más allá de Reykjavík. Una pena que tras varios arrebatos nocturnos  todo se quedara en un simple choque lateral, apenas perceptible para ti, pero visible e intenso para mí. Algo sin importancia a lo que yo se la doy toda. Tú te enfadas en mayo y yo te escribo en diciembre, una tradición.

Vi estrellas errantes alumbrar la noche azul casi negra y desde el cenit me veo pedir deseos como una niña pequeña que repite siempre el mismo. Hago conjuros de amor a la luna con sabor a canela y nada. Alguien tiene que escucharme—pienso. Esto así no tiene ningún sentido, para qué todas esas señales. ¿Para qué?

En serio, sin espinas te espero. ¡Háblame muchacho! Ven y di qué debo hacer ahora con la rosa candida, que brotó en mi piel una noche de abril, y sin cuidarla nada, la flor no se marchita por muchos días que pasan.


Te lo diré como y donde quieras pero sin dejar de ser yo. Vayamos en busca de la aurora boreal, perdámonos entre la lava y el hielo, entre el musgo y las luces del norte.

Acércate otra vez y cuenta hasta diez mientras te bebo.

●●●

Me gusta la luz a esta hora de la tarde, los pajarillos revolotean sobre el tejado de enfrente, se cruzan unos con otros en su vuelo de regreso a casa, hablan entre ellos cada uno en su dialecto y se entienden. Está cercana la puesta de sol y corre una brisa fresca que calma el espíritu. Quizá en un rato logre tejer unas palabras que me convenzan pues ando enfrascada en un relato sobre té que quiero enviar a concurso y que no se decide a salir del todo. Por momentos me supera y lo quiero dejar, pero al levantar la vista, aquí en la habitación desde la que intento escribir, miro ese póster que me dice que sí, ocurrió, y me vienes de golpe, con lo bueno y lo regular. Y me trastoca tanto que acabo escribiendo sobre ti y el té.

Es la sed, lo sé. 
Mientras escucho a Real Estate, sólo siento mucha sed.




martes, 11 de agosto de 2015

¡Otro verano más, qué pasa!

Lo que veo desde donde escribo ©Ana Meca


Lo admito desde mi silla frente al portátil y mis dos pantallas, tenía muchas ganas de que llegara la primavera y después, como es habitual, el verano. Dejar atrás los ropajes, los días cortos de luz y la sensación de tristeza-hastío de ver que no pasa nada, nada de lo que deseo, porque ocurren cosas sí, algunas horribles, otras no tanto.

Cada año, durante el invierno, olvido por completo que en verano existe el regetón a todo trapo, el profundo aroma J'o(eau)de(é)té de los que te cruzas y de los que puedes adivinar sin dificultad su última ingesta de alimento o bebercio; los tipos sin camiseta y chanclas comprando en el supermercado mostrándote su invierno matador en el gimnasio, y las gentes que te preguntan tipo mantra: ¿qué, dónde te vas de vacaciones? (aunque ellos mismos nunca jamás hayan salido del pueblo). Y yo mientras con barriga inminente tan sólo por tomarme unas birras con tapa. No me parece justo.

Me presiona mucho tener que divertirme porque sea verano y hacerlo con un cuerpo de escándalo. Para la mayoría resulta impensable que vayas a pasarte julio y agosto haciendo prácticamente lo mismo que has estado haciendo el último par de meses, esto es, viendo las ofertas de empleo, haciendo cursos gratuitos en universidades extranjeras online, ganchilleando, y por supuesto, leyendo y viendo series y películas en soledad. Y sí, veo a la gente que se lo puede permitir que se va y me alegro mucho por ellos, pero a mí ver tanta foto con la sonrisa puesta como si fueran colocados todo el día me carga un poco, no lo voy a negar.

Si no te diviertes en verano a la manera clásica, qué tipo de mierda eres, nena, que los días pasan y mañana podrías estar muerta… ¡Jodo petaca! Y eso me deprime mucho más de lo que ya estoy. Pero de pronto, la hija de un amigo canta una versión de Titanium y me acuerdo de escuchar esa canción yendo con mi pequebro a un curso de diseño web y son buenos recuerdos, y entonces me la pongo en spotify a su máximo y la canto hasta donde llego. Por un momento me siento estupendamente y me importáis un bledo todos y todo. 
Soy titanio, me siento poderosa.

Pero no nos engañemos, sigo siendo el mismo excremento que no va a tirarse una hora en un autobús para llegar a la playa donde al menos tendré que pasar seis horas sin nadie con quien hablar, con la tajante prohibición de tomar el sol hecha por la dermatóloga debido a la sensibilidad de mi piel y mis lunares. ¿Qué necesidad tengo? Me niego a eso, y también a ir a la piscina municipal donde encontrarme a mi vecina de enfrente gritando a sus hijos en un lugar diferente a la cocina de su casa. No hay escapatoria, todas son vecinas de alguien.

Siento si te molesta que no siga a la masa en su divertimento, siento si te molesta que en ocasiones me ponga a cantar con mis auriculares puestos y sólo escuches mi voz y no la base musical que podría tapar mi desastrosa entonación. Siento si te molesta mi soltería a ti,  hombre casado y con hijos, la vida que me ha llevado por ahí.

Seguiré blanca aunque a ti, que estás tan morena, te dé asco. Y es una  pena que este año mi hermano decidiera no llenar la piscina donde nado y floto día y noche los últimos veranos, una pena muy grande. Me habré vuelto exquisita dentro de mi ruralidad pero esas cosas me gusta hacerlas en la intimidad, ¡qué le voy hacer!
A ti probablemente te encante ir salvando obstáculos humanos dentro del agua y no poder dar una brazada, escuchar la playlist musical que lleva el de al lado en la playa donde estás apretujado contra otros veinte, sus toallas, sombrillas y más playlist; cortarte en el pie con la anilla de un refresco que una mente maravillosa ha decidido soltar del recipiente de un tirón y lanzarlo a la arena, la misma arena que se te mete en el ADN y ya nunca más se va hasta bien entrado el otoño. Salir del mar cubierto por algas, bolsas plásticas o rozarte con ese mojón que flota porque alguien ha tenido un apretón mientras saltaba olas. ¡Jajajajajaja, qué risa! No te envidio nada eso, a menos que tengas una casita frente al mar y puedas ir y venir cuando te plazca.

Siempre he sido más de veranos en el pueblo: pilón y manguera, ¡bendito inventor!, quiero una calle para el que se le ocurrió esa maravilla de la técnica.

Así que no me mires mal si no paso un verano tostándome al sol por todos los pueblos de la costa, saliendo todas las noche de cenas, bares de copas con una banda sonora inaguantable, y la discoteca mañanera. No me mires mal si no tengo un chalet propio donde irme, o no alquilo un apartamento en la playa. No pasa nada si no finjo ser feliz porque es verano, el universo sigue expandiéndose lo sea yo o no. Y si me preguntas cómo estoy lo mismo te digo bien para zanjar el tema, pero si me da por decirte mal, permíteme que esté de mala hostia y decirlo. El mundo me lo debe.

Sólo me dais mucho asco cuando viajáis donde quiero hacerlo yo, pero ya llegará el día en que yo dé asco a alguien por ello.

Sólo unas cuantas cosas más y acabo: si de repente cae una tormenta y me coloco bajo ella, vestida, y me mojo entera gritando y riendo perdóname si te parece una locura pero seguiré haciéndolo hasta que desaparezca del mapa. Y si deseo besarme con alguien como si no hubiera un mañana no me mires como si hiciera el ridículo porque ya no tengo veinte años, y tampoco me mires de esa manera acusatoria si me quito la camiseta en mitad de un concierto en un arrebato festivo. No le debo nada a nadie y esa es la libertad más grande, así que haré lo que me plazca en cada momento, como ahora que no quiero hacer absolutamente nada. Bueno, no, voy a ver una película que esta tarde-noche salgo por ahí de terrazas y otras cosas y mañana mi querida hermana de Sevilla, Mer, y yo nos desvirtualizamos por fin; viene a echar un ojo a la ciudad y otro a mí.

¿Ves? Aunque no esté morena pasan cosas que no están nada mal y lo puedo contar después de que el viernes pasado un camión invadiera nuestro carril queriendo hacer de nosotros el relleno de un sándwich con un tráiler que circulaba por la izquierda, un accidente de circulación que se evitó gracias a los reflejos alucinantes de mi hermano y la colaboración de los demás vehículos. Sí, todo esto ocurría mientras sonaba el cd de Mark Anthony en bucle, aunque sólo escuché a mi hermano llamar loco al camionero invasor, y lo demás, como en una película del espacio exterior, silencio absoluto. Después, un dolor muy fuerte de cabeza y mi cuerpo rígido sin saber cómo colocarme para estar cómoda. Así hasta llegar al destino.

Razón de más para que hoy me importe todo una mierda, porque sólo se necesita un segundo, ¿sabes? Uno sólo y ya.


Así que disculpa si me molesta que quieras imponerme tu canción del verano y te lo diga.


domingo, 2 de agosto de 2015

Cogito ergo sum


Hay algo mágico en el hecho de comprar un ovillo para tejer, un precioso preludio se abre entre la madeja y yo cuando elijo su composición, su color, su textura y me lo quedo; tras la transacción me pertenece pero no de manera vulgar.

De camino a casa abro la bolsa de vez en cuando para cerciorarme que sigue ahí en el fondo, tan callado, que no lo he olvidado sobre el mostrador o cuando me he agachado a recoger los auriculares con los que siempre escucho música mientras camino por la calle.

Me encanta su color, lo huelo, su esponjosidad por estrenar la imagino sobre mi cuerpo, todo eso lo pienso sin que él sepa nada de lo que será; sólo al acercar la aguja de ganchillo comienza a cantarme cosas, al principio muy bajito, porque los comienzos en apariencia son poca cosa, un punto es un minúsculo e ínfimo quinto de nada, pero al añadirle compañeros se crea una hermosa sinfonía donde queda atrapada toda mi intimidad. Porque sí, porque creo que ya no existe eso entre las personas, hay mucho miedo a dejarse ver, se siente cansancio sólo al pensar que se ha de hacer más y reflexionar menos. Y mucho hastío, mucho, así que mi intimidad, esa que me falta con alguien que deseo, la deposito en la hebra hilada de la madeja que es como yo, sólo que ella no seguirá hecha un lío cuando la convierta en prenda y yo seguiré siendo puzle, retazos de mi vida que algunas veces creo no recompondré jamás.

Resulta sutil y bella la intimidad que con el hilo hago patente en cada segundo de roce con mis manos, y ésta se crea porque ese ovillo elegido por mí y que acerco a mi rostro escucha sin necesidad de palabras ni gestos. Todos mis pensamientos, que fluyen desde el cerebro por nervios, arterias y venas hacia el resto de mis órganos internos, salen por los ojos y por los dedos de la mano y entonces, hacen contacto con el hilo, con esa textura cálida. Comienzo alado con final predecible, y aún así mágico.



Tejo para olvidar y es eso lo que menos hago cuando tejo: olvidar. Ya no sé cómo se hace, si es que alguna vez supe hacerlo.

Como le dice el Dr. Bigelow a Louie C.K, hay que dar gracias por estar en la mejor parte de todo este sindios que es amar al vacío de esta forma tan bestia, porque la peor parte se acerca, la peor parte es cuando no tenga en quién pensar, cuando ya no eche de menos, cuando él ya no me importe, cuando ya no sienta nada por esa persona que me ha olvidado a velocidad máxima de crucero.

Disfruto de mi dolor ahora que puedo porque esta sensación tiene su belleza también, y no me permite parar de tejer. Mientras el ovillo me lee la mente, éste va tomando formas concretas, sin descartar deshacer porque me equivoco si no estoy concentrada en la matemática pura del crochet. Una lucha constante entre la lógica de la puntada y el soñar despierta. Mientras tejo imagino una trayectoria en parábola para mí y para la sequoia que no me deja ver el bosque.


Sí, me estoy convirtiendo en una experta soñadora despierta incapaz de concentrarse en otra cosa que no sea ése árbol.


Con cariño para Bluü, lugar sagrado con encanto que la preciosa Marta hace posible, ese lugar donde nos gusta estar a las que jugamos con las lanas. Larga vida.