Hay algo mágico en el hecho de
comprar un ovillo para tejer, un precioso preludio se abre entre la madeja y yo
cuando elijo su composición, su color, su textura y me lo quedo; tras la
transacción me pertenece pero no de manera vulgar.
De camino a casa abro la bolsa de vez en cuando para cerciorarme que sigue ahí en el fondo, tan callado, que no lo he olvidado sobre el mostrador o cuando me he agachado a recoger los auriculares con los que siempre escucho música mientras camino por la calle.
De camino a casa abro la bolsa de vez en cuando para cerciorarme que sigue ahí en el fondo, tan callado, que no lo he olvidado sobre el mostrador o cuando me he agachado a recoger los auriculares con los que siempre escucho música mientras camino por la calle.
Me encanta su color, lo huelo, su
esponjosidad por estrenar la imagino sobre mi cuerpo, todo eso lo pienso sin
que él sepa nada de lo que será; sólo al acercar la aguja de ganchillo comienza
a cantarme cosas, al principio muy bajito, porque los comienzos en apariencia
son poca cosa, un punto es un minúsculo e ínfimo quinto de nada, pero al
añadirle compañeros se crea una hermosa sinfonía donde queda atrapada toda mi
intimidad. Porque sí, porque creo que ya no existe eso entre las personas, hay
mucho miedo a dejarse ver, se siente cansancio sólo al pensar que se ha de
hacer más y reflexionar menos. Y mucho hastío, mucho, así que mi intimidad, esa que
me falta con alguien que deseo, la deposito en la hebra hilada de la madeja que es como
yo, sólo que ella no seguirá hecha un lío cuando la convierta en prenda y yo
seguiré siendo puzle, retazos de mi vida que algunas veces creo no recompondré
jamás.
Resulta sutil y bella la
intimidad que con el hilo hago patente en cada segundo de roce con mis manos, y
ésta se crea porque ese ovillo elegido por mí y que acerco a mi rostro escucha
sin necesidad de palabras ni gestos. Todos mis pensamientos, que fluyen desde
el cerebro por nervios, arterias y venas hacia el resto de mis órganos
internos, salen por los ojos y por los dedos de la mano y entonces, hacen
contacto con el hilo, con esa textura cálida. Comienzo alado con final
predecible, y aún así mágico.
Tejo para olvidar y es eso lo que
menos hago cuando tejo: olvidar. Ya no sé cómo se hace, si es que alguna vez
supe hacerlo.
Como le dice el Dr. Bigelow a Louie
C.K, hay que dar gracias por estar en la mejor parte de todo este sindios que es
amar al vacío de esta forma tan bestia, porque la peor parte se acerca, la peor
parte es cuando no tenga en quién pensar, cuando ya no eche de menos, cuando él
ya no me importe, cuando ya no sienta nada por esa persona que me ha olvidado a
velocidad máxima de crucero.
Disfruto de mi dolor ahora que
puedo porque esta sensación tiene su belleza también, y no me permite parar de
tejer. Mientras el ovillo me lee la mente, éste va tomando formas concretas,
sin descartar deshacer porque me equivoco si no estoy concentrada en la
matemática pura del crochet. Una lucha constante entre la lógica de la puntada y el soñar
despierta. Mientras tejo imagino una trayectoria en parábola para mí y para la
sequoia que no me deja ver el bosque.
Sí, me estoy convirtiendo en una experta
soñadora despierta incapaz de concentrarse en otra cosa que no sea ése árbol.
Con cariño para Bluü, lugar sagrado con encanto que la preciosa Marta hace posible, ese lugar donde nos gusta estar a las que jugamos con las lanas. Larga vida.
Jaaajajaa muy Kubrick !!!!!
ResponderEliminar¡Pero cómo me he perdido yo esto! Muchísimas gracias de corazón, estoy alucinada de que algo tan bello termine con una dedicatoria para mi... ¡Gracias, gracias, gracias!
ResponderEliminarUn beso gigantesco y lanero,
Marta