viernes, 23 de febrero de 2018

Tu voz bromeando, un gesto que amo



Foto©Ana Meca2016

Hace dos años estaba con él disfrutando de uno de los helados más cálidos y sabrosos de mi existencia en una ciudad azotada por el frío y el cierzo. Me lo ha recordado caralibro.

Esta mañana, en la ciudad de la costa donde vivo, sufro la friolera del grado a la que hay que añadir siempre la humedad brutal que se cala en los huesos y que aumenta la sensación térmica hasta números negativos. Y tengo la regla, sí, lo cuento para desmitificar de una vez por todas la historia. Tengo la regla y os puedo asegurar que en toda mi vida fértil (define fértil), jamás me ha dado por preguntar a qué huelen las nubes. En esos días me siento vulnerable, irascible y se intensifica la tristeza que llevo a cuestas desde finales de noviembre y que me deja en silencio, a solas con mis movidas. Mis hormonas me llevan loca. Arriba, abajo, arriba, abajo. Son ellas y no yo las que dirigen mi día. Os aseguro también que el color que llena mi copa menstrual o mi tampón no es de un azul turquesa impoluto de anuncio, es rojo como la sangre que corre por nuestras venas, por la de todos, incluida la de aquellos aspirantes a ocupar el trono de hierro en la Fortaleza Roja en Desembarco del Rey.

Mi organismo se desbarajusta en su plenitud. Me duelen hasta las pestañas. Juro (aunque suene feo) que no floto entre las flores de un jardín inmenso ni me pongo a bailar con los pajarillos que me visten con un ligero vestido de gasa. Sólo me apetece quedarme tumbada en pijama con la almohadilla caliente sobre mi abdomen y tomarme un chocolate a la taza. Leer es el pasatiempo al que aspiro en este preciso instante de dolor agudo; pero tendré que esperar a que se me calme un poco.

Hace unos días que tengo la sensación de no avanzar y sí de retroceder. Aunque me aseguran que no, que son bajones normales. Cualquier cosa relacionada con la salud de mi gente me desasosiega y hace aparecer en escena a mi estimado colon irritable, irritándome por completo. Y me voy a trabajar  por la noche con cólico intestinal y sin cenar, y me congelo aunque haga buena noche (11 grados), y sigo helada al día siguiente en el que tampoco ceno, llueve y corre un "viruji" considerable por el túnel húmedo de quinientos metros. Se me inflaman los ovarios, me duelen los riñones,  tengo cefalea y pienso en él (y no por este orden). Y me pregunto si va a ser así siempre y para qué, pensamientos negativos mientras trato de reírme hasta de mi sombra, tapada hasta las cejas.

Este año me he propuesto leer como lo hacía antes. Focalizar mis deseos en los libros. Parece que el primero del año me ha devuelto la concentración. Cosas que hacen BUM. Kiko Amat. Adolescentes peculiares que transitan la vida con excesos de todo tipo entre vinilos de Northern Soul y experiencias peligrosas en la Barcelona de los ochenta.

Libros inesperados: cosas que suman. Buenos amigos que te regalan libros que han leído y elegido de su estantería desconociendo que para ti ese gesto todavía es más importante y maravilloso, aunque vengan envueltos con dibujos Disney, el único papel de regalo que había por casa . Sonrío.

Me gusta pasar los ojos por donde los han pasado otros, y mejor si esos ojos de otros son de gente que me importa. Me encanta llevar un lápiz y subrayar frases o marcar párrafos que me han provocado cualquier sentimiento, normalmente cosas con las que me siento identificada. La pena de leer en libro electrónico es la de no poder pasar las páginas, meter la nariz entre ellas y olerlo, subrayar o hacer anotaciones a mano. Aunque el aparato me ha salvado de la alergia haciendo posible la lectura de libros descatalogados o que sólo podía encontrar en las tiendas de viejo, inviables para mí. Gracias. Todo tiene sus pros y sus contras. Seguiré alternando ambos en mi propio beneficio.

Amigos que estando en una librería se acuerdan de una y eligen ese libro en concreto. Manual de caza y pesca para chicas. Melissa Bank. Crónica deliciosa con mucho sentido del humor y sinceridad de las aventuras y desventuras de una joven contemporánea que me he acabado en cuatro ratos de una misma semana. Coppola quería su adaptación para una película.

Me sorprendo mucho al leer en el libro una frase mía que anoté hace varias semanas en mi libreta para utilizarla en alguna ocasión. Tu voz bromeando, un gesto que amo. Y me da rabia haber perdido sus audios anteriores a octubre, porque así era: su voz bromeaba y yo reía de felicidad, lo cual hacía que lo amara más. ¿Tiene todo esto algún sentido? Ahora mismo no, pero me asusta pensar que llegará ese día en el que ya no me importe.

Seguiré leyendo y comiendo chocolate, y mientras tanto, atribuiré a mis hormonas revolucionarias cualquier comportamiento que se salga de mi normalidad.






miércoles, 14 de febrero de 2018

¿Para cuándo un día de la mierda?


El limpiaparabrisas ubicado en Avda. del Cid con Hospital General ha dibujado con jabón un corazón humanizado en la luna del vehículo que tengo a mi izquierda, dos pegotes son los ojos y una curva corta la boca. Mientras ejecutaba el boceto, su sonrisa parece tan franca que hasta ha hecho que sonría yo con total sinceridad. He de decir que ha sido algo inesperado ya que me cuesta bastante hacerlo, al menos por las mañanas. Vivo sumida en un blues, con algún grito country de yiiijaaa alguna vez, cuando a lo que realmente aspiro es a ser Rock’n’Roll o a sentirme Ella Fitzgerald cantando "These boots are made for walkin’". Pero para eso, primero he de encontrar mis botas, y en ello estoy.




Sé cuáles son mis opciones para dejar de llorar, la primera es no pensar, la segunda drogarse mucho. Dejar de pensar lo veo complicado, lo he intentado pero mi cerebro hace décadas que se independizó de mí. De la segunda opción qué os voy a contar, que la única droga que me proporciona placer es la comida con un buen vino o una rica cerveza fría. Y en este momento, hasta las viandas que me llevaría a la boca me recuerdan lo que intento olvidar, lo cual me hace pensar más, cosa que pretendo evitar; y que drogarme con torreznos, vinagres, arenques, huevos rotos e incluso borraja en tempura sería una delicia pero esos manjares están a cuatro horas de bus de mí. La distancia me imposibilita el disfrute gastronómico pero no el dejar de darle a la quijotera. Y entramos en bucle…hasta que encuentre mis botas. 

Soy muy exigente, las quiero firmes pero suaves con mis pies, cálidas y resistentes a las inclemencias del tiempo y a los bailes hasta la madrugada. Las quiero cómodas y que peguen con casi todo mi vestuario. Pero sobre todas las cosas, lo que quiero son unas botas que sean solo para mí. Perdonad que no quiera compartir, las botas no, lo siento.

Hoy es San Valentín y me la trae al pairo. Nunca lo he celebrado ni estando en pareja, menos mal.
Somos consumidores, cargas públicas, números, y para satisfacer nuestra sensación de bienestar surge el día del padre, el de la madre, del hijo y del espíritu santo. San Valentín es un fucking day más que nada tiene que ver con el amor y sí con la compra compulsiva. Todo está diseñado hacia el consumo ilimitado y yo me cago hasta en la obsolescencia programada. Mi exprimidor Braun de los años 70, heredado de mi  madre, sigue funcionando de maravilla. Ya nunca se verá nada igual, nunca. ¡Qué triste todo!

Ayer fue el día de la radio, un día bonito sin duda, también tocaba celebrar el día de las tortitas en los países angloparlantes, siempre el martes anterior al miércoles de ceniza. Me encanta el día del libro y el día de la marmota. Cada año me hago la misma pregunta, ¿para cuándo el día de la mierda? Porque si de algo estoy segura es que hay más mierda por todos lados que enamorados consumistas que recurren a la rosa roja y a los bombones.

La mierda siempre ha estado en nuestras vidas, incluso estuvo antes que la humanidad. ¿Por qué no dedicarle un día, una calle o algo?


martes, 6 de febrero de 2018

A Mr. Darcy ya se lo llevó la Bennet


Soy un galgo adolescente emocional dando vueltas en el canódromo. Esa es mi situación actual. Se abrieron las portezuelas tras el pistoletazo de incertidumbre hace ya un par de años, y ahí voy, desorientado, dolorido y en soledad, sin ver el final de la carrera y con el recinto ya vacío, pues la gente ya apuesta en otro lugar, éste ha quedado olvidado con mucha facilidad.

Creo que mi estado de aturdimiento se debe, en parte, a que nunca me enfado y por lo tanto me lo guardo todo en estas vísceras mías que a cada rato se lían y anudan más formando una maraña informe que duele.

En los últimos quince años ni una sola vez me he cabreado tanto hasta el punto de gritar y enviar a la mierda a alguno que se lo merecía. Siempre conciliadora, siempre intentando resolver los conflictos con la palabra, siempre pensando demasiado y dándome toda. Y aunque mi sarcasmo haya resultado hiriente en ocasiones, la violencia (excluyendo la de ficción) no está hecha para mí, la verbal quizás, pero no me jacto de haberla ejercido, al contrario, también la rechazo.

Estoy convencida de que no se recoge lo que se siembra, demasiado tiempo viendo ejemplos contrarios como para poder creer que eso es así.

¿Por qué parezco tan sosegada cuando la sangre me hierve en las venas? ¿Por qué soy tan comprensiva, cuando lo cierto es que la mayoría de las veces no comprendo nada?

Mi primo me ha asegurado entre risas de whatsapp que no existe crisis ni de los 40 ni de los 50 y ha dejado unos puntos suspensivos en previsión de cumplir él los 60 y corroborar que tampoco la hay en esa numeración redonda. Ya se verá. También ha dicho que nada es imposible, y lo ha afirmado en inglés como si lo hubiera sacado de una canción o leído en un sobrecito de azúcar. Me hace gracia que este profesor de historia sea tan estándar para temas personales, y sin embargo utilice grandes argumentos para defender a su club de fútbol o para discutir el tema catalán. A mí, por lo pronto, sus palabras me han hecho sentir más gilipollas de lo acostumbrado en estos últimos dos meses, ha tirado por tierra mi teoría de culpabilidad que había atribuido al número cinco y a mis hormonas locas de teenager. Ahora sólo queda la autoinculpación, que es lo más socorrido y el punto al que suelo llegar con facilidad.

A pesar del estado de flojera en el que me encuentro, la sonrisa dibuja una curva cóncava en mi rostro al ver que son las 18:45h y todavía hay luz natural; como si me hubiera tomado un hongo alucinógeno escuchando White rabbit en algún recoveco del cauce del Mekong. Y por segunda vez en un momento me viene a la cabeza la palabra gilipollas, así que debo serlo.

Venga, Musetta, arriba– me doy ánimos en voz alta caminando por la calle. ¡Oh, Musetta, mírate! Directa a la posteridad, yendo al ojo del huracán, al filo de la navaja, una revolucionaria de verdad a la que no le importa el riesgo de comer unas papas de las malas, las que llevan alioli. Gran Musetta Muse, sublime Mu, de cabeza al peligro, todo por la lírica y los besos. Todos pensaron que no eras apta y ahora callan anonadados ante lo imparable de tus progresos, lo valeroso de tus decisiones. ¡Ah, Mu!, los hombres más bellos azuzan el infierno de su ADN al contemplarte. Las cimas más altas esperan resignadas la firme pisada de tus… ¡Hostia! Acelera el paso, joder, que el semáforo está en rojo para ti…te tuerces el pie y casi te atropellan, te pitan y miran mal, y tú emparrada. ¡Qué grande!

Y qué gilipollas.
Soy incapaz de contener mis sentimientos. Ya no puedo más.
Esto lo dice un hombre tímido y reservado, un noble caballero de firmes opiniones. Un hombre orgulloso, estirado y con poco tacto. No es un galán romántico y se pasa el rato desafiando la paciencia y el intelecto de la mujer que supuestamente ama. No tiene interés en ser amable ni posee el talento de conversar con aquellos que no conoce. Y aun así me enamora por su coqueteo en parte sexual y en parte intelectual y porque a lo largo del libro vemos su lado amable y humano, su capacidad de sacrificio. Es respetuoso y en silencio arregla sus errores. No manipula con regalos o palabras agradables. Mr. Darcy es un hombre de actos, no de palabras y  para mí son más importantes los actos. Me gusta porque no hay pose en él. Es un hombre común, misterioso y deseable que posee la belleza en su conducta y en su lealtad.

Qué absurdo empeñarme en creer que exista alguien parecido en pleno siglo XXI.


A Fitzwilliam Darcy ya se lo llevó la Bennet. Fin