miércoles, 14 de febrero de 2018

¿Para cuándo un día de la mierda?


El limpiaparabrisas ubicado en Avda. del Cid con Hospital General ha dibujado con jabón un corazón humanizado en la luna del vehículo que tengo a mi izquierda, dos pegotes son los ojos y una curva corta la boca. Mientras ejecutaba el boceto, su sonrisa parece tan franca que hasta ha hecho que sonría yo con total sinceridad. He de decir que ha sido algo inesperado ya que me cuesta bastante hacerlo, al menos por las mañanas. Vivo sumida en un blues, con algún grito country de yiiijaaa alguna vez, cuando a lo que realmente aspiro es a ser Rock’n’Roll o a sentirme Ella Fitzgerald cantando "These boots are made for walkin’". Pero para eso, primero he de encontrar mis botas, y en ello estoy.




Sé cuáles son mis opciones para dejar de llorar, la primera es no pensar, la segunda drogarse mucho. Dejar de pensar lo veo complicado, lo he intentado pero mi cerebro hace décadas que se independizó de mí. De la segunda opción qué os voy a contar, que la única droga que me proporciona placer es la comida con un buen vino o una rica cerveza fría. Y en este momento, hasta las viandas que me llevaría a la boca me recuerdan lo que intento olvidar, lo cual me hace pensar más, cosa que pretendo evitar; y que drogarme con torreznos, vinagres, arenques, huevos rotos e incluso borraja en tempura sería una delicia pero esos manjares están a cuatro horas de bus de mí. La distancia me imposibilita el disfrute gastronómico pero no el dejar de darle a la quijotera. Y entramos en bucle…hasta que encuentre mis botas. 

Soy muy exigente, las quiero firmes pero suaves con mis pies, cálidas y resistentes a las inclemencias del tiempo y a los bailes hasta la madrugada. Las quiero cómodas y que peguen con casi todo mi vestuario. Pero sobre todas las cosas, lo que quiero son unas botas que sean solo para mí. Perdonad que no quiera compartir, las botas no, lo siento.

Hoy es San Valentín y me la trae al pairo. Nunca lo he celebrado ni estando en pareja, menos mal.
Somos consumidores, cargas públicas, números, y para satisfacer nuestra sensación de bienestar surge el día del padre, el de la madre, del hijo y del espíritu santo. San Valentín es un fucking day más que nada tiene que ver con el amor y sí con la compra compulsiva. Todo está diseñado hacia el consumo ilimitado y yo me cago hasta en la obsolescencia programada. Mi exprimidor Braun de los años 70, heredado de mi  madre, sigue funcionando de maravilla. Ya nunca se verá nada igual, nunca. ¡Qué triste todo!

Ayer fue el día de la radio, un día bonito sin duda, también tocaba celebrar el día de las tortitas en los países angloparlantes, siempre el martes anterior al miércoles de ceniza. Me encanta el día del libro y el día de la marmota. Cada año me hago la misma pregunta, ¿para cuándo el día de la mierda? Porque si de algo estoy segura es que hay más mierda por todos lados que enamorados consumistas que recurren a la rosa roja y a los bombones.

La mierda siempre ha estado en nuestras vidas, incluso estuvo antes que la humanidad. ¿Por qué no dedicarle un día, una calle o algo?


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Estos son los que no se callan, y me encanta que así sea